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lunes, 12 de diciembre de 2011

Everest Trail Race


Hoy os escribo un artículo más largo de lo que acostumbro y es para describiros la última experiencia viajera. Como quien dice, todavía estoy ubicándome de nuevo después de un breve, pero bien aprovechado viaje a Nepal. Esta vez he tenido el placer de guiar a un grupo de personas que seguían como supporters a los participantes de la primera Everest Trail Race, la mayoría esposas, parientes o amigas y amigos de los corredores.

Swayambhunath
Como siempre, Nepal nos ha acogido con todos sus problemas y carencias, pero sobre todo con la cordialidad de su gente y con los soberbios paisajes de las montañas del Himalaya. Uno de los principales inconvenientes ha sido la climatología. Cuando, en teoría, a finales de otoño los cielos nepalíes deberían haber estado limpios y diáfanos, y de un azul intenso, nos hemos encontrado con mucho frío y todo cubierto, incluso con precipitaciones de lluvia y nieve.

Ya el primer susto lo tuvimos cuando el avión con el que teníamos que aterrizar en Katmandú, después de dar vueltas y vueltas sobre la vertical del aeropuerto, tuvo que dirigirse a Calcuta (India) para poder repostar combustible. Bastantes horas más tarde existieron un mínimo de condiciones para poder volver a los cielos de Katmandú y también con dudas, esperando un hueco en las nubes encontrar las condiciones que permitieran el aterrizaje cosa que hicimos ya muy entrada la tarde. El otro y grave problema derivado del mal tiempo fue que el día que teníamos que volar desde la capital hasta Lukla, donde comienza y termina el trekking del Campo Base del Everest, el aeropuerto estuvo cerrado durante más de cinco días por falta de visibilidad,. Esto significa mucha gente esperando para poder volar hasta Lukla y lo mismo ocurre para regresar a Katmandú. La única solución es poder alquilar un helicóptero y cruzar los dedos, esperando que te pueda dejar en algún lugar muy cerca del lugar donde comienza el trekking. Y esta fue la opción que tuvimos que elegir después de pasar un día entero en la desguazada sala de espera de vuelos domésticos de Katmandú.

Un viaje a Nepal requiere como mínimo una cuidadosa visita al valle de Katmandú, en especial cuando se va por primera vez. Dado que nuestro viaje estaba un poco limitado en tiempo, nos dedicarnos sólo a recorrer algunos de los mejores y más representativos lugares de la capital y su entorno.

La Puja en Pashupatinath
Para poder tener una idea global de la cultura del país visitamos el templo de Swayambhunath (también conocido como templo de los monos, por la gran cantidad de macacos que lo habitan) y así disfrutar de un monumento budista de calidad. Girando los molinos de oración entorno a la gran stupa (monumento budista con la representación de los ojos de Buda mirando a los cuatro puntos cardinales) que corona el templo. La visión hinduista la apreciamos al acercarnos al templo de Pashupatinath, junto al río sagrado Bagmati.
En el templo del Mono Dorado de Patan
En este templo dedicado a Shiva tuvimos el privilegio de ser los únicos turistas en la celebración de la puja (adoración de una deidad, en lengua sánscrita). Otros momentos claves fueron los recorridos por la Durbar Square de Katmandú, observando el conjunto de templos y palacios, la interesante visión de la única diosa viviente del mundo, la Kumari, a la que pudimos ver unos instantes, pero no fotografiar pues está prohibido. Cerca de esta plaza todavía queda uno de los últimos vestigios de la época en que los hippies llegaban aquí para fumar tanta marihuana como podían; de aquellos años sesenta del pasado siglo ya sólo queda la calle Freak Street, donde antaño había pastelerías que elaboraban fabulosos pasteles de ganja (cannabis). Al sur de la capital se encuentra la población de Patan, donde el viajero apenas tiene ojos para admirar la cantidad de templos que hay en el entorno de su Durbar Square. Como tantos otros turistas quedamos fascinados de tanta y tanta construcción excepcional, donde cada edificio, templo, pagoda o fuente están cargados de detalles. En Patan, una de las metas es el templo Dorado, también llamado del Mono Dorado, y evidentemente allí fuimos para inmortalizarlo en nuestras fotos. Capítulo importante es el de las compras en el barrio de Thamel, así como la degustación de la cocina local en varios de sus peculiares restaurantes.

Tal como he explicado antes, el trekking lo teníamos que iniciar en Lukla, pero la climatología hizo que empezáramos el poblado de Surke (2.290 metros), lugar donde, tras más peripecias y en tres vuelos diferentes aterrizaron los helicópteros en un pequeño descampado. Bajo un cielo de plomo, pudimos recorrer el camino que nos separaba de Phakding (2610 m), donde llegábamos de noche. Caminar a oscuras es inusual en los trekkings, pero en este caso teníamos que quemar etapas si queríamos cumplir con el programa, ya que uno de los objetivos del viaje era coincidir en el final de una de las etapas del Everest Trail Race, y sobre todo estar presentes el día en que finalizaba la carrera.

En días sucesivos ya en plena la región del Solu-Khumbu, seguimos por el valle del río Dudh Koshi, asentando los pies en los mismos caminos que habían pisado Tenzing y Hillary en 1953 cuando se dirigían a conquistar el Everest. Circunvalamos muchos manis (piedras grabadas con el mantra Om Mani Padme Hum), siempre por la izquierda, tal como se hace en estas tierras, y cuando encontrábamos algún molino de oración lo hacíamos rodar con fuerza. Las comidas y el sueño quedaban solucionados aprovechando la red de lodges, alojamientos básicos que se encuentran en todo de este valle. En Monjo nuestros sherpas hicieron los trámites para poder entrar en el Parque Nacional del Sagarmatha, zona de protección hoy en la lista del Patrimonio Mundial de la Unesco.
Manis, piedras de oración

Puente Larja Dodham
Namche Bazar (3450 m), considerada capital del pueblo sherpa es punto obligado de descanso y sobre todo un buen lugar para aclimatarse. Hoy, tiendas de todo tipo y gran cantidad de lodges están transformando poco a poco el mítico enclave en la ruta hacia el Everest en un centro turístico de primer orden. Para llegar hasta aquí tuvimos que cruzar varias veces el DudhKoshi, siempre por puentes colgantes, alguno de ellos verdaderamente espectacular, como el Larja Dodham, que permite salvar un desfiladero a muchos metros por encima del río.
Namche Bazar

El Everest
En nuestro corto periplo, la etapa reina, de hecho dos etapas unidas (forzada por el retraso acumulado), fue la que salía de Namche para subir hasta el mirador de Hillary, seguir hacia el pueblo de Khumjung (3.780 m), ir hasta el bonito poblado de Khunde (3840 m) y bajar a continuación de nuevo hacia Namche, para seguir el descenso hasta Monjo (2840 m).
Esta larga jornada, en la que hay que superar fuertes desniveles tanto de subida como de bajada, el premio está asegurado si el tiempo es claro. Y esta vez los dioses y dehesas del Himalaya nos recompensaron (tal vez al mover tantos molinillos de oración funcionó). La visión de toda una serie de grandes montañas nevadas nos dejó sin aliento. Las modestas cumbres de seis mil nos parecían gigantescas, así el Thamserku (6608 m), el Kangtega (6685 m), el Parchamo (6273 m) o el mismo Thyangmoche (6.500 m) nos maravillaron con sus glaciares colgantes o la fina silueta de las crestas. Pero si nos cautivó una cumbre, esta fue la del Ama Dablam (6.856 m) montaña considerada como una de las más bellas de la tierra. Y si nos habíamos impresionado con estos "modestas" cimas, ver en directo la pirámide del Everest (8.848 m) sobresaliendo detrás de la pared del Lhotse (8.414 m) nos hizo enmudecer. Cuando uno quiere describir el alineamiento de este colosos nevados, es cuando uno se da cuenta que le faltan palabras. La sensación de grandiosidad supera cualquier palabra o vocablo que pueda narrar con fidelidad el espectáculo, hay que ir allí, si no lo veis es imposible haceros una idea aproximada de lo que es.
El Ama Dablam visto desde Khumjung

En el gompa (monasterio budista) de Khumjung tuvimos la oportunidad de ver el único vestigio que queda del yeti. Conservado en una vitrina de cristal, y dentro de una caja fuerte, se guarda el cuero cabelludo que se atribuye al hombre de las nieves. Habrá quien se lo crea y quien pueda pensar que es pelo de yak, en todo caso es una evidencia que en aquellas altas tierras la gente sigue creyendo en la existencia del abominable yeti.

Agotados después de la larga etapa llegamos a Monjo con el tiempo justo de ver llegar a meta de la cuarta etapa los corredores del Everest Trail Race. Y nosotros que nos sentimos cansados, ¿qué hemos pensar de estos súper-atletas, hombres y mujeres, que se han aventurado a seguir el exigente itinerario de la carrera de montaña. Son 25.000 metros de desniveles continuados durante 160 km y que se deben salvar en sólo seis días, cargados con el equipaje que debe hacerlos autosuficientes durante el recorrido de la carrera. Si me faltaban palabras para describir el paisaje, tampoco las tengo para hacer un retrato de los deportistas con los que tenemos ocasión de convivir durante unas horas. Son gente especial, con un espíritu de superación increíble y que pese a estar en plena competición mantienen un fair-play envidiable.
Salida de la quinta etapa de la Everest Trail Race
Una nueva etapa nos llevó primero hasta Cheplung (2678 m), donde se inicia la ascensión hacia Lukla (2.840 m) destino final de la jornada. En esta población es donde al día siguiente finalizaba el Everest Trail Race y todos nosotros estábamos ansiosos por estar presentes en la llegada. Así, con la tensión de la espera dedicamos las horas a observar cómo aterrizaban los aviones en el aeropuerto Tenzing-Hillary de Lukla. De hecho la población ha crecido en torno a la precaria pista, considerada una de las más peligrosas del mundo (hay quien dice que es el aeropuerto de más difícil aterrizaje de todos), el asfalto sólo tiene 460 metros de largo, pero hay que aclarar que no es plana, sino que hace una acusada pendiente y por un extremo termina con una montaña y por el otro con un profundo precipicio.
La meta de la ETR en Lukla

El epílogo del viaje, además de la aventura de volar desde Lukla a Katmandú, fue presenciar la llegada de la imponente carrera del Himalaya. Muchos de los espectadores podían pensar que veríamos llegar a un grupo de atletas exhaustos, reventados de tanta subida y bajada y después de tantos kilómetros. La admiración hacia estas personas aumentó cuando pude ver, como uno a uno, se aproximaban corriendo por la cuesta que lleva a Lukla, e iban cruzando la meta con una amplia sonrisa. Es evidente que la clasificación importa, no en vano se trata de una carrera (os adjunto el enlace de los resultados: ETR), pero lo que más me sorprendió es el compañerismo entre participantes, difícil de encontrar en otros deportes. Otra aspecto que vale la pena destacar, es que toda la gente que formaba parte de la organización de la carrera eran voluntarios, desde los médicos a los cronometradores y las personas que se cuidaban de los controles y avituallamientos. Poco puedo añadir para narrar la alegría de las personas que me acompañaron durante el trekking, cuando veían a sus maridos, amigos y amigas, en el momento de cruzar la llegada de una carrera como esta. Y después de oír los comentarios de los participantes en la ETR, alabando la perfecta organización, a pesar de los inconvenientes de la meteorología, sólo me queda que animaros a participar en la edición del 2012.

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