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jueves, 14 de abril de 2011

DE LHASA A KATMANDU EN BICI

Cruzar parte del altiplano más alto del planeta, atravesar la cordillera del Himalaya y después bajar hasta el valle de Katmandú, siguiendo la llamada carretera de la Amistad, se ha convertido en un clásico del cicloturismo. Pero éste clásico, además de ser una de las mejores rutas de bicicleta que se conocen, también es de las más duras. Una buena forma física y una robusta bicicleta de montaña son indispensables para unir las capitales del Tíbet y el Nepal.


El reto se resume en 14 o 15 días de pedaleo, recorriendo 1.100 km, superando 3 puertos de montaña superiores a los 4.500 metros y 4 por encima de los 5.000 m., para finalizar con el descenso más largo que se conoce, 4.490 metros de bajada continuada.

La aventura empieza en Lhasa, capital tibetana, pero antes de emprender la ruta lo conveniente es dedicar un par de jornadas en recorrer los alrededores de la ciudad, además de las obligadas visitas al palacio del Potala y al templo de Jokhang, más que nada para aclimatar un poco el cuerpo a la altura y de paso hacer turismo.


La primera etapa sin ser difícil ya demuestra lo duro que es pedalear todo el tiempo por encima de los 3.700 m. El segundo día de bicicleta es más exigente. Se sufre bastante al subir las pendientes del puerto del Kamba-La, que solamente alcanza los 4.794 m., pero se deja notar falta el oxígeno. El premio es alcanzar el paso, adornado por los tibetanos con banderas de oración y deleitarse con  el más que soberbio paisaje que se divisa desde lo alto es: en el fondo del valle, majestuoso, el Yamdrok Tso, (lago Turquesa) y muy a lo lejos las nieves del Himalaya.


            En las siguientes jornadas la ruta atraviesa pueblos y paisajes inconmensurables, donde se encuentran nómadas enigmáticos, rebaños de yaks y restos de antiguos monasterios. Entretanto hay otro obstáculo a superar: el puerto del Karo La, que con sus 5.010 m. de altura, significa todo un hito (¡no siempre se pedalea por encima de los cinco mil metros!), allí, un inmenso glaciar viene a dejar sus hielos junto a la pista. El descenso hasta Gyantse, permite alcanzar velocidades considerables. Gyantse tiene la fama de ser la más tibetana de las ciudades del Tíbet. Destacan una altiva fortaleza y el monasterio de Palkhor. Del monasterio solo queda en pie una parte, la mayoría de edificios quedó destruido durante la Revolución Cultural, por suerte sobrevivió Kumbum o el chorten de los 100.000 Budas. Una nueva etapa acerca a Shigatse, la segunda ciudad del Tíbet. Aquí se halla el monasterio Tashilunpo, uno de los pocos que se salvaron de la destrucción china. 


En la sexta etapa hay que cubrir nada menos que 107 km. y superar el Lhakpa La, de 5.220 m. La siguiente jornada esconde otro de los huesos duros de roer. Hay que salirse de la carretera de la Amistad, la ruta principal que conduce al Nepal, para tomar una pista que lleva al Campo Base del Everest. Un terrible puerto separa el altiplano de la montaña más alta del planeta, es el Karo La, de 5.200 m. El camino está en pésimas condiciones y en el descenso hay que abordarlo con todas las precauciones para evitar salir volando por encima del manillar.



Al termino de la octava etapa se llega al monasterio de Rongbuk, situado a 5.300 m, siendo el más alto del planeta. Este es un momento culminante del viaje. El monasterio tiene como telón de fondo la blanca, imponente e inmensa mole de la cara norte del Everest. La jornada más relajada, aunque no exenta del problema de la altura, es la que conduce desde el monasterio al campo base, son apenas 30 km entre ida y vuelta. Alcanzar la falda del coloso y haberlo logrado en la frágil montura de la bici se convierte en un momento clave, no sólo del viaje sino que el recuerdo del instante perdura con el tiempo, por lo menos eso es lo que a mí me sucedió; todavía al rememóralo me emociono. 


De regreso a la carretera de la Amistad todavía quedan dificultades a vencer, como el puerto del Lalung La, de 5.050 m. La gran suerte es que en ese puerto empieza el mayor descenso imaginable. La bajada conduce directamente Dolalghat, a solo 560 m. sobre el nivel del mar, ya en territorio de Nepal. Son dos días siempre pendiente a bajo, con frecuente lluvia y barro. Hay que bordear barrancos que asustan y parecen no tener fondo. Nyalam, a 3.700 m. sorprende porque por fin ofrece un hotel, más o menos en condiciones, ¡incluso con discoteca!, Esto no existía cuando Tintín anduvo por ahí.


            Como el camino sigue cuesta abajo pronto se alcanza la sorprendente población de Zagmu, donde se ubica la aduana china. La “ciudad” de frontera es un caos de camiones, barro, comerciantes, contrabandistas. Un corto descenso, loco y peligroso conduce al Puente de la Amistad, frontera con el Nepal. Desde allí hasta el valle de Katmandú aún quedan dos días de pedaleo fácil.


            Los kilogramos perdidos en el esfuerzo se recuperan rápido; los instantes en que uno piensa que no puede subir más y el trasero duele de tanto traqueteo se olvidan al momento; pero la satisfacción que se siente cuando se ha completado un reto de tal dureza como es la Lhasa – Katmandú es de las que marca para toda la vida.

viernes, 8 de abril de 2011

GUÍA DE CHINA – El Patrimonio Mundial de Unesco (IV)


HUANGSHAN, LA MONTAÑA DEL EMPERADOR AMARILLO


 
El macizo montañoso ocupa una superficie de 1.000 km2, con un perímetro de 120 km.; 30 de los 72 picos sobrepasan los 1500 m. siendo el más alto el de la Flor de Loto, con 1873 m.


 
Desde muy antiguo los paisajes de Huangshan han servido de inspiración a muchos artistas y pensadores. Hay un viejo dicho, atribuido a Xu Xiake, un viajero de la dinastía Ming, que reza así: «Cinco son las montañas sagradas de China, quien las haya recorrido, apenas querrá ver otras, pero quien haya visitado el Huangshan ya no encontrará ningún placer en ver ninguna otra de las montañas sagradas».

          Una antigua leyenda explica el origen del macizo: el mítico emperador Amarillo, quien fundara el legendario imperio del Mediodía, cuando sintió que sus días acababan, salió del palacio con tres ministros con el objeto de encontrar la preciada planta de la longevidad. Para ello se dirigió a las montañas y después de mucho buscar se le apareció un dragón; el animal le invitó a subirse a su lomo y se lo llevó al cielo, pero los ministros se agarraron a la cola. Entonces el dragón, con un brusco movimiento los hizo saltar, tan fuerte se habían aferrado que al caer se llevaron varias escamas y pelos del saurio. Con el tiempo, las escamas y los pelos se convirtieron en los pinos del Huangshan.


 
          Las connotaciones filosóficas que comporta este paisaje son enormes, tanto es así que ha marcado todo un estilo en la pintura china (shānshuĭ). Los taoístas razonan que el orden cósmico se ve profundamente ejemplarizado en el Huangshan; la montaña se identifica con el principio yang, el yīn son las brumas y los lagos. El poder atrayente de este macizo es tal que cada año es recorrido por más de un millón de chinos. Unesco reconoció en diciembre de 1990 al Huangshan como Patrimonio Mundial de la Humanidad.


          Para recorrer el macizo lo ideal sería un destinar de dos a tres días y poder visitar los rincones más famosos y subir a muchos de los picos desde los que se divisan excelentes visiones de los juegos que hace la luz con la bruma, las caprichosas formas de las rocas y los irrepetibles pinos. Los picos, por muy empinados que parezcan siempre son accesibles. Los senderos están tallados en la misma piedra, en una inacabable sucesión de escalones; alguna de las escaleras es realmente vertiginosa.


 
          Cada uno de esos monolitos ha sido bautizado con un poético nombre: el pico de la Flor de Loto, la Capital del Cielo y el pico de la Claridad, son los más altos y célebres, otros se denominan: el Pincel Florece, el Mono Contempla el Mar, el Hada Guía, etc.


 
          El amanecer, y con un mar de nubes envolviendo la parte baja del Huangshan, es una de las visiones más fantásticas que el viajero puede llevarse de China. Muy recomendable presenciar también la puesta del sol. Un moderno teleférico ayuda a que la subida hasta la parte alta del macizo no sea tan fatigosa; aún así los largos senderos a recorrer obligan a repetidos descansos. Por suerte es posible encontrarse a menudo con puestos de venta de refrescos y en los puntos estratégicos hay restaurantes y hoteles.*

*Texto extraído del libro: RUMBO A CHINA, de Toni Vives y Josep Giró. Editorial Laertes.